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El diario La Nación incluyó a la norteña Ernestina entre los “pueblos fantasmas” que tienen a desaparecer en nuestro país, nota que fue tapa en su edición dominical y tuvo una amplia difusión mediante internet.Foto diario La Nación |
“Si un pueblo figura en los mapas, pero no en las indicaciones de las rutas, es señal de que su existencia está comprometida. Es lo que le pasa a Ernestina, dice el artículo que lleva la firma de Carlos Reymundo Roberts.
Acotó que “no siempre fue así. En 1926, Ernestina apareció en todos los diarios del país y, probablemente, del Reino Unido: fue visitado por el príncipe de Gales, Eduardo VIII. Fue un paso fugaz camino de la estancia de los Keen, la familia fundadora, y de otra estancia” en la zona.
En la nota de incluyen características de otros tantos diferentes pueblos diseminados por provincias dispares.
“Cuentan que la calle principal (de Ernestina), aún hoy un imponente boulevard con palmeras, lucía engalanada, y que hasta la empedraron para la ocasión. Al príncipe (de Gales) le habrán llamado la atención tres soberbios edificios, todos sobre esa calle, la San Martín: el teatro, por el que pasarían figuras de renombre y que también fue usado como cine; el colegio de monjas, orgullo de la zona, y la iglesia neogótica”, agregó la nota.
Este material, en lo relacionado exclusivamente a Ernestina, sigue así textualmente:
Foto diario La Nación |
En un extremo del boulevard San Martín está la estación del ferrocarril. Medio siglo después de aquella visita histórica, el ramal, que tenía cuatro servicios diarios, empezó a ser restringido, hasta que un día el tren dejó de pasar. Los 160 kilómetros que la separan de la Capital Federal se hicieron lejanos y tortuosos.
Ernestina, que ya venía anclándose en el tiempo, poco a poco fue desplazada por Pedernales (ocho kilómetros por tierra). Del empedrado no queda nada, el teatro cerró, las monjas se fueron y la iglesia apenas guarda sombras de su antiguo esplendor.
Su línea demográfica muestra una tendencia que parece irreversible. El censo de 1960 registró 2,000 habitantes; 30 años después había caído a 253, y en el de 2010, a 145. "Esto ya no es un pueblo, es una familia", bromea una de sus vecinas en un video que aparece en Internet.
La estación del tren se ha convertido en destacamento policial. "Menos de 150 personas, y toda gente mayor, imagínense: pocos problemas", dice la oficial Wanda Resek.
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Van a Buenos Aires a trabajar de mozos, de remiseros, de empleados." Ellos ya lo tienen decidido: se quedarán. Por las tardes caminan hasta el bar Ernestina, que está a dos cuadras, y juegan durante horas enteras. Ella, al Chinchón y a la Escoba de 15. Él, al pool. Una vez jugó 130 partidos en una sola semana. "Cómo me voy a ir -dice Rebeca-, si hace 33 años que tomo mate con la misma vecina."
"Los pueblos no mueren"
Al igual que tantas localidades que atraviesan las mismas penurias, Ernestina vio cómo se iba apagando su fuego mientras esperaba la mano salvadora del Estado, que nunca llegó, y sin que desde sus mismas entrañas surgieran iniciativas para revertir el proceso.
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Nelly, la señora que cuida la iglesia desde que las monjas se fueron, en 1992, y le dejaron la llave, también mira hacia afuera a la hora de buscar una explicación: "Somos el último orejón del tarro. Nadie se acuerda de nosotros".
### NdeR: enlace a la nota completa publica en La Nación