La economía argentina sigue inmersa en una etapa de desaceleración,
donde la demanda no es cubierta por una oferta restrictiva a raíz de una persistente
inflación real y controles oficiales de toda índole.
Sólo el Banco Central acumula a mitad de marzo del 2012 la compra de unos 2.800
millones de dólares, período en el cual sus reservas aumentaron poco menos de
1.000 millones de dólares.
El creciente gasto público es cubierto con fondos de entes estatales
superavitarios (ANSES, por ejemplo), aumento de la balanza comercial por las
trabas a las importaciones, disponibilidad de liquidez con reservas del Banco
Central y quitas graduales de subsidios, entre otros artilugios.
Se busca disimular así el agujero fiscal de cualquier manera, con el
menor costo político propio, hasta cuando ridículamente se hace alarde de una
recaudación mensual récord no ajustada por la trepada de precios.
Un enorme aliciente está dado por los precios internacionales de las
materias primas, encabezado por la soja encima de los 500 dólares la tonelada
en el mercado de Chicago.
La verborrágica “sintonía fina” es consecuencia de la necesidad de
reducir gastos, sin descuidar el poderoso apoyo electoral que otorgan algunos beneficios populares como la ayuda al
desempleo, al embarazo, a la familia numerosa y otras partidas millonarias
dirigidas a coberturas televisivas como fútbol y automovilismo para todos.
Sin embargo, las presiones sociales cotidianas irán en aumento por
decantación, ya que a las encubiertas fuertes alzas en las tarifas de servicios
públicos, se suman las consecutivas huelgas en reclamo de mejores salarios (ver nota),
pérdida de competitividad de la moneda local y fronteras parcialmente cerradas
al comercio recíproco, por mencionar puntuales pautas.
Lejos del caos de una década atrás, hay luces de alarmas que incrementan
la rapidez de su titilar. Para muchos es una cuestión técnica, pero
matemáticamente los siguientes números son concretos.
Este diferencial fue utilizado por el Tesoro para cubrir deuda
y déficit fiscal. Para colmo, ahora se modifica la carta orgánica de la
autoridad monetaria, lo que libera más plata a favor del Estado y habilita a la
impresión de nuevos billetes.
Por eso que en teoría se insiste en
que una moneda sin reservas, es una moneda que se desvaloriza. El peso
argentino tiene por delante este derrotero en medio de una mayor pérdida del
poder adquisitivo, comprobable simplemente en el supermercado o en el almacén
de la esquina.